Como parte de su recorrido por Bolivia, Francisco visitó La Paz y Santa Cruz. Un regalo que desató la polémica y el discurso papal en torno a los “pecados” de la Iglesia, fueron los hechos sobresalientes del quinto día de su gira latinoamericana.
Este jueves, durante su estadía en el palacio presidencial, Evo Morales le entregó al pontífice una cruz anexada a una hoz y un martillo. La noticia recorrió el mundo, y pronto comenzaron las especulaciones de un posible descontento por parte del Vaticano hacia el mandatario. La cara de desagrado del Papa durante el acto permitió alimentar esta versión.
El gobierno de Morales no tardó en responder: la “cruz comunista” –como la titularon los medios- había sido creada por el sacerdote jesuita Luis Espinal, asesinado por la dictadura en 1980, cuya figura Francisco había ensalzado recientemente. A la vez, funcionarios del MAS advirtieron que esta figura identificaba a los labradores y los obreros, o sea, a las “poblaciones humildes, trabajadores, pueblos de Dios” –a quienes el Papa buscó interpelar a lo largo de su gira.
El portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, explicó entonces que éste “no tuvo una particular reacción negativa” –aunque aclaró que no debe efectuarse “una confusión entre fe e ideología" ya que no era "un símbolo de interpretación marxista sino del diálogo y libertad".
La institución pretendió mostrar, de esta forma una imagen renovada y “progresista”. Este mismo objetivo subyació el discurso del Papa en el II Encuentro Mundial de los Movimientos Populares, que tomó lugar en la feria Expocruz de Santa Cruz. Allí, afirmó: “Hay cada vez más en la Iglesia de los que se acercan a los movimientos populares y me alegra". Además, si bien elogió a los curas "que se ofrecieron a la lógica de la espada con la lógica de la cruz", habló de “pecados” por parte del sacerdocio. Incluso, pidió "humildemente perdón" no sólo por "las ofensas de la propia Iglesia católica, sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”.
Francisco reclamó lo que llamó las “tres ‘t’” -es decir, tierra, techo y trabajo-. Siguiendo esta línea, decretó: “Queremos un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no se aguanta”. Seguidamente, exhortó contra “la imposición de medidas de austeridad que siempre ajustan el cinturón de los trabajadores y de los pobres” y contra “el colonialismo, nuevo y viejo, que reduce a los países pobres a meros proveedores de materia prima y trabajo barato, engendra violencia, miseria, migraciones forzadas”. Yendo aún más lejos proclamó que “los más humildes, los explotados, pueden hacer mucho. El futuro de la humanidad está en sus manos", y los llamó a que "sigan con la lucha".
Las declaraciones de Bergoglio exceden el cinismo. No sólo es conocido por su propia “cruzada” contra las luchas de sectores oprimidos, como son las mujeres y la comunidad LGTBI, sino que es parte de una institución que ha sido cómplice de las dictaduras militares en todo el continente. A pesar de que pretende un “lavado de cara” pidiendo perdón por las matanzas durante la Conquista, los crímenes de lesa humanidad no corrieron la misma suerte. Sin ir más lejos, él mismo está implicado en la desaparición de los curas Orlando Yorio y Francisco Jalics, a lo que se suma la acusación de Estela de La Cuadra que desnuda su complicidad con el régimen militar.
Evo Morales también revela una enorme hipocresía sosteniendo en sus manos la cruz y el martillo, y mostrándose como el defensor de los trabajadores y los campesinos. A lo largo de los años, el gobierno del MAS ha reprimido a estos sectores: desde los campesinos en el TIPNIS –defendiendo las trasnacionales y el latifundio-, hasta los mineros. A esto se suma la política de ajuste que viene impulsando, la cual involucra despidos en empresas como Enatex y un aumento de los impuestos que afecta a los más pobres.
Tanto a Francisco como a Evo los une una retórica “indigenista” y al “servicio de los trabajadores”, que no hace sino esconder una política reaccionaria. Ambos se valen de la “gira latinoamericana” impulsada desde el Vaticano, para represtigiar tanto a los gobiernos posneoliberales como a la Iglesia, que busca fortalecer su peso en toda la región. Contra este fin es que los trabajadores, las mujeres y la juventud, debemos “seguir la lucha”.