LEANDRO LANFREDI
Movimiento Revolucionario de Trabajadores, Brasil.
Número 28, abril 2016.
La crisis política de Brasil se desarrolla en medio de la recesión más larga desde 1929. En abril se espera un desenlace al menos en lo que se refiere al impeachment de la presidenta Dilma Rousseff, que votará el Congreso a mediados de mes. ¿Emergerá un gobierno Michel Temer-PSDB1? ¿Habrá elecciones anticipadas como propone la excandidata Marina Silva (REDE), y se hace el eco parte de la izquierda? ¿O es más probable que asuma Lula?
Más allá de las interminables idas y vueltas de la coyuntura, este artículo busca marcar las coordenadas de lo que está en juego y por dónde puede emerger un sujeto político, los trabajadores y la juventud, que pueda dar una salida progresiva a esta crisis que combina distintas formas de golpe institucional con la posibilidad de un gobierno de Lula, eclipsando a Dilma, para realizar otro ajuste.
El fortalecimiento de la derecha en el continente envalentonó los pedidos de un golpe institucional
En marzo de 2015, sectores de la clase media acomodada tomaron las calles en algunas ocasiones exigiendo la salida de Dilma Rousseff. En la primera manifestación pudieron arrastrar a sectores populares insatisfechos con el gobierno que había prometido no tocar sus derechos y luego aplicó el ajuste. Desde esa gran manifestación hasta la aceptación del impeachment (impulsado por Eduardo Cunha -PMDB-) presidente de la Cámara de Diputados, también acusado de corrupción), Brasil vio negociaciones palaciegas y denuncias cotidianas de la operación “Lava Jato”, como se conoce la investigación de corrupción en Petrobras conducida por el juez Sergio Moro. Mientras tanto, todos los sectores de la élite política se unieron para golpear a los trabajadores, ajuste tras ajuste.
Luego de la victoria de Mauricio Macri en Argentina, y días antes de la victoria de la oposición de derecha en Venezuela, Eduardo Cunha dio por terminadas las negociaciones con el PT e hizo lugar al pedido de impeachment en el Congreso. Por su lado, el PT votó a favor de la impugnación del diputado por su participación en el mismo escándalo de Petrobras. El PSDB2, hasta entonces dividido, se alineó con el impeachment. El juez Sérgio Moro, con explícito apoyo del procurador general de la República, Rodrigo Janot, y del Supremo Tribunal Federal (STF), también escalaron el ataque contra Lula, Dilma y el PT.
Las apuestas subieron. Sérgio Moro, entrenado por el Departamento de Estado de Estados Unidos, como se conoció a través de los Wikileaks, encabezó un ala del “partido judicial” brasilero que escaló en métodos y objetivos. Aumentó el uso (y abuso) de los traslados por la fuerza, delaciones premiadas (ley del arrepentido) y encarcelamientos sin juicio. Esta escalada en el método coloca al poder judicial como árbitro para dirimir conflictos entre alas de la élite y configurar un gobierno más fuerte para conducir los ajustes y tener una relación más estrecha con el imperialismo.
Uno de los límites concretos que encuentra la ofensiva “a la mani pulite” de Moro fue el silencio y la falta de incentivo del gobierno estadounidense de Barack Obama a su iniciativa, no solo “destituyente”, sino que amenaza la estabilidad en el país al golpear al PT y a Lula como mecanismo para contener la lucha de clases.
Estados Unidos gana con la operación “Lava Jato”, que mejora sus condiciones para participar en los lucrativos negocios del petróleo brasilero (debilitando empresas monopolistas como Sete Brasil en el mercado de embarcaciones). Todo esto fue avalado por Estados Unidos, pero destituir a Dilma Rousseff, terminar con el PT y Lula, no parece ser un paso que el establishment estadounidense haya querido dar.
Los contornos concretos del golpe institucional
Hay dos tipos de golpe institucional: el parlamentario y el judicial. Se transfiere el derecho de decidir quién gobierna el país, del sufragio universal a una camarilla de parlamentarios, involucrados en la corrupción, o a una casta de jueces que no fueron elegidos por nadie.
El golpe institucional por la vía parlamentaria da claras muestras de debilidad. La revista imperialista The Economist y el diario A Folha de Sao Paulo se pronuncian sobre la dificultad, no solo de alcanzar los votos necesarios, sino sobre la excusa utilizada (la acusación sobre el mecanismo de “bicicleta fiscal” que utilizó Dilma) que, de ser aceptada, expondría a gobernadores y alcaldes de todo el país al mismo riesgo. Hay señales de que la ruptura del PMDB con el gobierno fue precipitada y Temer aparece como un tigre de papel, que deberá demostrar en pocos días cuántos votos controla. Hay alas del PSDB que dudan en adherir a un gobierno de Temer, lo que dificulta presentarlo como un gobierno de “reconstrucción nacional”.
Sin embargo, ha dado lugar a otras salidas, como la presión por la renuncia y nuevas elecciones. Marina Silva, líder en las encuestas presidenciales, hace tiempo que defiende que el Tribunal Superior Electoral, es decir, jueces que no han sido elegidos por nadie, destituya al gobierno y convoque a elecciones.
El 3 de abril, el diario Folha exigía la renuncia de Dilma y Temer para que se convoque a elecciones por “vacío” institucional, bajo dirección de Cunha, que presidiría el país en el ínterin. Exdirigentes del PSOL como Randolfe Rodrigues (actualmente en REDE con Marina Silva) defienden una enmienda constitucional que habilite un plebiscito revocatorio y luego elecciones anticipadas. Corrientes internas del PSOL como la dirigida por Luciana Genro, así como el PSTU, se alinean con la misma propuesta pero con distinta fraseología: nuevas elecciones generales, parlamentarias y de gobernadores.
Mientras las cartas no terminan de barajarse, el poder judicial ha actuado para fortalecerse a sí mismo como árbitro. Esto incluyó dos “autogoles” de Moro: el traslado a la fuerza de Lula y la divulgación de escuchas ilegales, obtenidas sin autorización judicial, de conversaciones entre Lula y Dilma. Ahora emiten señales contradictorias, como el aval a la intervención inconstitucional de Gilmar Mendes que impide la asunción de Lula en la Jefatura de Gabinete, quien ni siquiera ha sido juzgado y condenado, mientras le ponen frenos a Moro.
La democracia del impeachment y el «Lava Jato»
La selectividad anti PT de la operación “Lava Jato”, y el uso y abuso de parte de la Justicia de métodos coercitivos (utilizados ya contra los pobres pero no visto hasta ahora contra ricos y poderosos), instaló en sectores la percepción de que algo está mal. Si pueden pisotear el derecho a responder en libertad o la presunción de inocencia de un expresidente poderoso como Lula, qué podría esperarse para los trabajadores, más ahora con la nueva “Ley antiterrorista” de Dilma.
Moro perdió el control en su ofensiva del golpe institucional. Contraatacó rápidamente el mismo día que Dilma nombró a Lula como jefe de Gabinete, al entregar a la prensa audios obtenidos de forma ilegal y cuya divulgación no era de su competencia, sino del STF. En la misma clase media, cuyo sector más acomodado clama por tirar a Dilma de cualquier forma y alaba a Moro, surgió un movimiento “contra el golpe”, con fuerza en la juventud y los empleados públicos. El país está polarizado políticamente, sobre todo los sectores medios. El PT movilizó y utilizó la justa denuncia a los medios, a Moro, al poder judicial, a los “tucanos” (como se conoce al PSDB), a Cunha y Temer, “en defensa de la democracia” para fortalecer a Lula.
Lograron establecer que este impeachment sería un golpe. Los diarios y canales de televisión gastan ríos de tinta y minutos preciosos en sus noticieros en tratar de demostrar que no sería un golpe. Una ubicación un tanto defensiva para quien pretende estar al ataque. Con esta “barricada” para defenderse, el PT y Lula volvieron a barajar posibles soluciones (capitalistas) a la crisis brasilera.
Además de las dos alternativas de golpe institucional, impeachment y elecciones anticipadas, existe una tercera salida, la asunción de Lula como jefe de Gabinete para que gobierne en los hechos. Esta tercera opción, más improbable al principio, se ha vuelto más posible y plausible gracias a Moro y a las divisiones entre los defensores del impeachment.
La posible asunción de Lula pone de relieve los límites que la CUT, UNE y otros defensores de Lula impusieron a la disposición de lucha contra la derecha, los medios y un poder judicial golpista. La posible derrota del impeachment en las próximas semanas, al no darse sobre la base de la movilización de los trabajadores contra el impeachment y los ajustes de “su” gobierno, es lo que permite que Lula esté tejiendo acuerdos con políticos de la derecha a cambio de cargos para garantizar la gobernabilidad.
La democracia del soborno
Mientras rige un impasse, difícilmente Lula sea condenado por el “Lava Jato” (el STF le sacó el proceso a Moro) o se ponga fecha al juicio que impide su nombramiento como jefe de Gabinete; el expresidente sigue actuando informalmente como ministro. Personalmente intenta fortalecer la coalición de gobierno mediante la oferta de cargos a partidos de la derecha (como PP y PSD). Para completar los métodos de esta democracia del soborno, el gobierno promete liberar más partidas presupuestarias para los parlamentarios, por supuesto según su voto. Es decir, en el auge de una crisis que estalló por corrupción, el PT profundiza la reproducción de esos métodos capitalistas de gobierno.
Es posible que esta operación resulte en una cantidad de votos suficiente para bloquear el impeachment, o que, con el capital político que todavía tiene Lula, resulte incluso en alguna mayoría parlamentaria para gobernar, pero ¿puede esa solución significar una estabilización del país, una nueva hegemonía?
Ninguna solución es perfecta: un país marcado por la inestabilidad
El país marcado por las movilizaciones de junio de 2013 que puso de manifiesto la crisis de representatividad, las demandas sociales de una generación que ya no pueden ser contenidas por Lula y el PT, seguida por una clase media pudiente que tampoco reconoce a los “tucanos” como sus líderes, plantean grandes problemas para la clase dominante.
No se vislumbran caminos sencillos para imponer una nueva hegemonía como fue el lulismo con su discurso de que todos ganaban -banqueros y trabajadores, latifundistas y beneficiarios de programas sociales-. Tiempos en los que se garantizaba un pacto de paz social con aumentos salariales ligeramente por encima de la inflación, pero menores que el aumento de ganancias patronales, y existía la confianza de que la vida mejoraría año a año. Los nuevos gobiernos deberán imple mentar nuevos ajustes, o mejor dicho, ataques contra la clase trabajadora. Tampoco parece ser fácil imponer una hegemonía neoliberal como la de los años 1990 en un país signado por movilizaciones y huelgas en los años recientes.
La opción de Temer (vía impeachment) tropieza con dos problemas: los líderes de la oposición actual que no lo apoyarían, un PT en la oposición y un movimiento democrático que se le opondrá desde el primer minuto. Sin importar cuán negativa sea la imagen de Dilma, no parece que Temer sea señal de estabilidad y gobernabilidad. La convocatoria a nuevas elecciones puede dar un respiro pero difícilmente pueda resultar en un vencedor con fuerza para imponerse sobre la polarización. Un gobierno de Dilma y Lula seguramente sería un gobierno más fuerte que este segundo mandato de Dilma. Sin embargo, no resolvería la insatisfacción de la ruidosa clase media pudiente y tendría como desafío impedir una rápida decepción del movimiento “No habrá golpe”.
Dos ajustes
La recesión en Brasil es la más aguda desde 1929. Hay distintas estimaciones de la caída del PBI para 2016, pero las más conservadoras dan un resultado más de 7 % de contracción en 2015-2016.
Frente a eso hay dos ajustes en discusión. Uno más duro y rápido, y directamente funcional al capital extranjero. Es el ajuste propuesto por Temer, saludado por analistas económicos neoliberales que incluye privatizaciones, congelamiento del gasto (reducción del empleo público), aumento de la edad de jubilación, e incluso afectar los gastos obligatorios en salud y educación previstos por la Constitución.
Lula, por su parte, ha declarado que le gustaría cambiar la política de Dilma de ajustes recesivos. Para él sería necesario combinar medidas que agraden a las patronales como la reforma del sistema previsional con un incentivo al consumo mediante bancos públicos, o incluso del uso de parte de los recursos de las amplias reservas del país. Sería una combinación de ajustes con demagogia. Una muestra de este ajuste ya se vio en las últimas semanas.
El plan de Lula tiene como punto de apoyo el capital político que conserva, la comparación con la derecha, el servilismo de la CUT y la amplia mayoría de los sindicatos. Sin embargo, hay que recordar la rápida decepción que generó el hecho de que Dilma haya implementado el programa económico de sus contrincantes Aécio Neves y Marina Silva, y no el que había prometido en campaña. Esto ha sido posible, en primer lugar, por la inacción de la CUT frente a los ataques de “su” gobierno o a los de los empresarios. Esto explica también que no hayan impulsado ningún plan de luchas contra el impeachment, los ajustes y los despidos masivos en la industria. La pasividad y la aceptación de los ajustes y medidas privatistas, aun con discursos de protesta, es lo que en última instancia permitió a la derecha envalentonarse y pedir más, incluso un golpe institucional para imponer un gobierno más fuerte y promover un ajuste más “a la Merkel”.
Trampas, juegos palaciegos y ataques, ¿emergerán la juventud y los trabajadores?
Como mencionamos anteriormente, parte de la izquierda brasilera (el PSTU y una parte del PSOL) apoya salidas institucionales. Esto ha abierto en la izquierda varios debates sobre las posibles salidas y sobre cómo podrá emerger la clase obrera y la juventud en medio de esta crisis política3.
No será de una unidad de acción con Marina Silva, la federación industrial paulista y el poderoso Banco Itaú recurriendo a elecciones anticipadas para garantizar que “todo cambie para que todo siga igual”, o clamando para que un juez entrenado por el Departamento de Estado norteamericano, como plantea Luciana Genro, excandidata presidencial por el PSOL.
El verdadero gigante, el proletariado brasilero, todavía no mostró su fuerza. Aunque en crisis, se sostiene la ilusión con sus representantes, en parte gracias al freno que ponen la burocracia sindical y las corrientes que apoyan al gobierno de Dilma (y Lula) en el movimiento obrero y en la juventud. Los principales procesos de lucha reciente en el país tuvieron como punto común superar las conducciones burocráticas de las organizaciones sindicales y juveniles. Así fue en junio de 2013, en la oleada de huelgas del 2014 que tuvo fuertes elementos antiburocráticos como en la huelga de los choferes de autobuses de Porto Alegre, de los recolectores de Río de Janeiro o recientemente en el movimiento de tomas de escuelas en el estado de San Pablo.
Para superar el inmovilismo de las organizaciones de masas es fundamental exigir a la CUT y los sindicatos, la UNE, que impulsen un plan de luchas contra el impeachment y abandone el servilismo a “su” gobierno luchando más allá de los micrófonos y los volantes contra los despidos y los ajustes.
Un movimiento como este fortalecería la intervención de la clase obrera y la juventud como sujeto político. Para esto es necesario un programa propio frente a la crisis política, impulsando una Asamblea Constituyente Libre y Soberana, donde queden abolidos todos los privilegios de políticos y jueces, instituir que todos ganen como una maestra o trabajador calificado, garantizar que juzgue verdaderamente a los corruptos a través del juicio por jurados populares y no por la casta corrupta y proimperialista del poder judicial brasilero, resolver la crisis expropiando empresas que despidan, garantizar el no pago de la deuda para que los recursos públicos garanticen salud, educación y vivienda.
Las formas y resultados de la crisis política en Brasil impactarán en todo el continente. La resolución progresiva de esta crisis plantea el interrogante de cómo desatar la acción del personaje invisibilizado por los juegos palaciegos: los trabajadores y la juventud.
Traducción: Isabel Infanta.
- Partido de Movimiento Democrático Brasileño, del que el actual vicepresidente Michel Temer es miembro.
- Partido de la Social Democracia Brasileña, oposición por derecha al gobierno del PT.
- Algunos de estos debates pueden leerse en “Sérgio Moro y el Lava Jato: ¿la salida por izquierda de Luciana Genro?”, La Izquierda Diario, 22/03/2016, “Debate con la izquierda en Brasil”, La Izquierda Diario, 10/03/2016, entre otros.
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